Mi tía Luisa
Todo el mundo debería tener una tía Luisa.
– ¡Ya he llegado! Anunciaba limpiándose las alpargatas en el felpudo con cara de gato.
– ¡Mira qué ramo de flores tan bonito he cogido! Todo de seguido, sin parar, mientras cruzaba el largo pasillo hasta la fregadera, acomodaba las flores en agua fresca y bebía sin respirar hasta acabar un vaso de los grandes.
– Hoy hace mucho calor, chica. Secándose la comisura con la punta de la bata.
Así, día tras día, durante todos los veranos que compartimos. Me costó bastante, tonta de mí, darme cuenta del regalo que la vida me ofrecía envuelto en papel de estraza.
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