estherleonMuchos lo han intentado, pero la muerte y el odio jamás han corrompido su dulce sonrisa. Todavía conserva intacta la conmovedora mirada de una cría, aunque con ese poso de templanza que se vislumbra tras tantas experiencias angustiosas. Tal vez porque conoce de sobra todo lo bueno y lo malo que puede ofrecerle la vida. A lo largo de 81 años, María Esther León Itoiz ha guardado bajo llave, una a una, todas las imágenes de su infancia, como la inquieta ardilla que recoge cientos de frutos y semillas en otoño para que el invierno no le coja desprevenida. Así jamás olvidará quién es ni de dónde procede.

Nació en Aoiz el 25 de enero de 1931. Fue la segunda de las hijas de Aurelio León Inda, alcalde de la localidad al que asesinaron el 19 de septiembre de 1936 sin haber cumplido los 40. Tras su fallecimiento, Aurelio dejó una joven esposa de 35 años, Juliana Itoiz Trece, y cuatro pequeñas criaturas: Andrea, que vio la guerra con 7 años; la propia Esther; María Jesús, que tenía 3 cuando España se quebró en dos bandos y falleció en 1940 “fruto de la tristeza en la que se vio inmersa su madre”; y Alicia, que había nacido tres meses antes del golpe militar. Tanto Andrea, de 84 años, como Alicia, de 76, aún viven, aunque la primera se encuentra bastante enferma.

Los fusiles nacionales hicieron bien su trabajo cuando dispararon a matar en la Tejería de Monreal.

LA VIDA ANTES DE LA MUERTE

Aurelio y Juliana se habían casado diez años antes de la guerra. Y por la Iglesia. Todas las niñas fueron bautizadas, hicieron la Primera Comunión e iban a misa los domingos. El alcalde de Aoiz se consideraba republicano, pero “católico”. “No se definía como rojo” y no le gustaba codearse en exceso con los nacionalistas, a los que calificaba de “burgueses”. Él se encontraba más cómodo “con los obreros”. Uno de sus mejores amigos era miembro del Partido Comunista, lo que propició que ambos dialogaran a menudo sobre temas políticos, “pero siempre con respeto hacia las ideas del otro”.

Un año antes del golpe militar “más o menos”, se convirtió en primer edil del municipio tras la “dimisión” del ganador de las elecciones, “un hombre de derechas”. Él había quedado en segundo lugar. “En el pueblo lo querían y algunos se frotaron las manos con su nombramiento, pero él dejó bien claro que no permitiría follones y que actuaría contra quienes trataran de hacerse los fanfarrones por el simple hecho de tener un alcalde que les gustaba”. Un día, ordenó trasladar al cuartelillo a varios jóvenes “que la estaban liando”. Y cuando éstos le recriminaron su decisión, se mostró firme: “Os lo advertí”, les respondió.

La educación de los más pequeños le obsesionaba tanto que él mismo preparaba y corregía los exámenes de los niños “y se los daba a las maestras”. “Era un luchador y jamás cobró por ser alcalde”, asegura Esther.

GUERRA, DETENCIÓN Y ASESINATO

Poco antes de que comenzara la guerra, el párroco, con el que la familia de Aurelio mantenía una “excelente amistad”, fue sustituido por un sacerdote “de derechas”. En aquel momento, Jaime vivía en una casa colindante al cuartel de la Guardia Civil. “Siempre se llevó bien con los agentes”, pero la situación dio un giro radical a partir del golpe militar.

“Un día, los guardias le preguntaron a mi padre si podía arreglarles una fregadera que estaba rota. Mi tío la reparó, pero al salir se topó con el nuevo cura, que sin morderse la lengua soltó: ‘¡Con éstos, con éstos hay que acabar!’. Muchos años después, mi madre volvió a encontrarse con el sacerdote al que habían trasladado y le dijo que si él se hubiera quedado en el pueblo, jamás habría permitido que se llevaran a mi padre y a los otros 22 vecinos de Aoiz que fueron asesinados en Monreal”.

Aurelio no andaba mal de olfato. En la parte trasera de la casa, dejó una puerta provisional por si algún día se veía obligado a huir. “Si las cosas se ponían feas, la idea de mi padre era escaparse al monte y pasar a Francia. Todo el mundo estaba al tanto de lo que podía ocurrir”, subraya.

El estallido del conflicto armado “se vivió muy mal” en casa: “Fue horrible. Mi padre se marchaba de vez en cuando con el coche y había organizado su fuga con unos amigos de Oroz Betelu porque sabía que irían a por él”. La traición, el arma arrojadiza que emplean los cobardes, pudo ser clave en su muerte. O tal vez la demoró unas semanas. Aunque ahora, Esther se decanta por la primera hipótesis.

La desgracia se consumó poco después, a principios de septiembre, aunque Esther no recuerda la fecha exacta. Aquella noche, Aurelio estaba muy fastidiado, con “dolores de ciática”. El matrimonio se repartía en aquella época el cuidado de las crías, de modo que descansaban en habitaciones separadas: Juliana con Alicia, la recién nacida; el cabeza de familia, con Andrea y Esther; y en un tercer cuarto, situado frente al de éstas, dormía María Jesús. “Dejábamos las puertas abiertas para comunicarnos si alguien necesitaba algo”.

Primero detuvieron a Jaime, que no dudó en enfrentarse a sus captores. “Uno de ellos era el farmacéutico de Leitza, un tal Lizarza. Te menciono su apellido porque se portó como un canalla. Jaime se levantó en calzoncillos y dijo que a él no le iban a llevar a ninguna parte. De repente, propinó un puñetazo a Lizarza, que rodó escaleras abajo. Así que se organizó una terrible”.

Acto seguido, varios falangistas llamaron a la puerta de los León Itoiz. Como Aurelio no podía levantarse de la cama, la madre de Esther salió a la ventana. Les preguntó qué querían y los otros, que habían llegado en una camioneta, le respondieron que iban “a coger” a su marido. Juliana, desesperada, les recriminó que no podía moverse, pero poco les importó.

Cuando los criminales mancillaron su hogar, Aurelio les solicitó algo a cambio: que no molestaran a sus hijas. “Tengo una imagen grabada que jamás olvidaré. Mientras mi padre se vestía, vi la sombra de Lizarza reflejada en una pared con una pistola en la mano. Aunque mi padre quería darnos un beso, no le dejaron. Y lo metieron en la furgoneta, donde estaba mi tío. Luego se dirigieron a por más vecinos”.

El primer edil de Aoiz y Jaime fueron encarcelados en los Escolapios de Pamplona, de modo que al día siguiente Juliana viajó en tren hasta la capital navarra para llevarles ropa y comida, ya que “habían salido sin nada”. Como muchos otros, jamás pudo verlos. El 19 de septiembre, ambos fueron fusilados en la Tejería de Monreal. En total, “murieron 23 vecinos de Aoiz y un grupo de Tafalla”.

Pronto llegó la noticia de los asesinatos. “Nos enteramos porque algunos del pueblo iban a Lumbier a rapar el pelo a las mujeres y a darles aceite de ricino para que se hicieran las heces por las calles y al revés. Entre ellos hablaban. A mi madre no le sometieron a semejante vejación porque alguien debió de decir que ya le habían fastidiado bastante. Cuando supo lo que había sucedido, se puso fatal de los nervios. Y estuvo muy, pero que muy enferma. Creían que fallecería. Pasaba días enteros en la cama y mi tía Eufrasia, hermana de mi madre, le pedía que no se rindiera, porque no podrían afrontar el futuro si ella moría. Ella, destrozada, le respondía que hicieran lo que quisieran. A las hijas nos repartieron con varios parientes del pueblo, que nos echaron una mano”.

Las hijas de Juliana aún tuvieron que enfrentarse a otra humillación: cantar el ‘Cara al sol’ cada día cuando acudían “obligadas” a comer al Auxilio Social. Antes y después de engullir el rancho. Además, el negocio de Aurelio se perdió, pero al menos conservaron la casa y el coche, donde las niñas jugaban a hurtadillas siempre que su madre estaba realizando sus labores.  Poco después, los fantasmas del pasado se cruzaron por primera vez en el camino de la viuda.

“Una vecina la denunció porque, según ella, no iba a misa. Y un día, estando en Pamplona, mi madre se encontró con el esposo de su amiga y le puso fino. Jamás se callaba nada. ‘¡Qué bien lo has hecho! Esperar a que te fueras para que se llevaran a Aurelio. ¿O pediste tú que te trasladaran para que pudieran coger a todos?’, le reprochó. Ella estaba convencida de que había influido en las muertes de mi padre y mi tío y él ni respondió”. Antes de 1940, la esposa de aquel hombre perdió la vida.

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