Arce y Orotz se reencuentran en la tradicional romería a Roncesvalles

La lluvia y el viento que visitaron al Pirineo el pasado domingo no impidieron que decenas de vecinos y oriundos del valle de Arce y de Orotz-Betelu acudieran, como todos los años, en procesión a Roncesvalles. Una romería que presume de ser de las más antiguas de Navarra (se conoce su existencia desde, al menos, el siglo XVI) y que se ha mantenido gracias a la constancia de los fieles en transmitir esta arraigada tradición que parece tener el relevo asegurado.

Uno de los penitentes, Javier Úriz, de 41 años, afincado en Donostia pero con casa en el pueblo de Úriz, confesaba que la cruz que portaba había pasado ya por cuatro generaciones y que este año era la primera vez que su hijo Patxi, de 7 años, la llevaba en la romería. “Hemos hecho un traje y una cruz a su medida. Para él es como ir disfrazado, pero mis hijos entienden que es una tradición de aquí porque han venido desde que están en la silleta”, explica el uriztarra que tiene otros dos hijos de 6 y 3 años.

Hacia las 6 de la mañana, unos pocos valientes salieron desde Orotz-Betelu (a 19 kilómetros de Orreaga) ataviados con túnicas negras y portando la cruz. En Arce, lo hacían un poco más tarde. Tras una larga caminata, se juntaron todos en la venta de Aurizberri para un merecido almuerzo, uno de los momentos más especiales porque supone establecer lazos de fraternidad entre vecinos y familiares, algunos lejanos que sólo acuden a su lugar de origen en esta ocasión.

Desde ese punto, se unieron a la romería los cargos electos, entre ellos el alcalde del valle de Arce, Carlos Oroz, y el recién estrenado alcalde de Orotz-Betelu, Javier Larrea, que acudió por primera vez con los atuendos propios del cargo. “Estaba bastante nervioso, pero cuando me he puesto el traje, ya me he tranquilizado”, declaraba Larrea, que fue penitente hasta hace doce años. También Fernando Maristany, el que fuera párroco de Arce, se prestó a acompañarles en procesión ante la ausencia del sacerdote Patxi Izco, que lleva siete años como párroco de Arce, pero que este año tenía que encargarse de recibir a sus parroquianos en la localidad de Roncesvalles. “Es la procesión que menos ha cambiado e impresiona mucho por las cruces y por cómo entran a la colegiata cantando el ora pro nobis después de cada letanía”, señaló Izco.

Y es que la procesión del valle de Arce y de Orotz-Betelu es la más espectacular del Pirineo, por las grandes y pesadas cruces de madera que llevan los penitentes, las cruces parroquiales que representan a cada pueblo, los trajes regionales y la multitud de vecinos que, incluso procediendo de pueblos sepultados bajo las aguas del pantano de Itoiz, acuden este día con un sentimiento de comunidad. Un sentimiento que se refleja en cada una de las velas rojas que sólo ellos encienden en la iglesia, simbolizando a cada pueblo.

Además, desde hace siglos preserva una Salve muy singular, una joya cultural que cantan al entrar en la iglesia y al despedirse por la tarde de la Virgen de Orreaga. “Es una gozada saber que esta procesión no se va a perder porque hay mucho relevo generacional. Es la procesión donde más niños y jóvenes hay. Ojalá dure”, deseaba Patxi Izco. Por lo pronto, sigue siendo un día muy especial para todos los artzibarres y oroztarras que, creyentes o no, tienen clara la misión de seguir preservando esta tradición.

Komunikabidea: Diario de Noticias

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