Una cabaña en un roble, más que el sueño de un niño

La familia formada por Noé, Luismi, Ada y Alicia posa en la cabaña del árbol que han autoconstruido junto con amigos en Villanueva de Arce.

La familia formada por Noé, Luismi, Ada y Alicia posa en la cabaña del árbol que han autoconstruido junto con amigos en Villanueva de Arce.

Después de varios meses de auzolan y duro trabajo, por fin los vecinos de Villanueva de Arce Luismi Montoya y Alicia Mendive, han conseguido hacer realidad un sueño: construir una cabaña en un árbol. Se trata del primer habitáculo dentro de una casa rural, algo único en este tipo de alojamiento en Navarra. Y ha sido posible gracias a vecinos y amigos de la zona, e incluso a clientes, que se han prestado a ayudar a los propietarios del alojamiento Agroturismo MariCruz, así como el arquitecto Iñaki Urkia, experto en construcciones bioclimáticas. Otro empujón importante ha sido ganar el concurso de Black & Decker Construye tu sueño, y conseguir una subvención del proyecto Udalbiltza, el impulso que necesitaban para lanzarse a esta aventura.

La cabaña, a la que se accede por una rampa, es una habitación más del negocio rural que regentan, ideal para parejas con un menor y que cuenta con un wáter seco. Ha sido construida con restos de madera de roble que tenían en la casa y otros materiales reciclados. No dispone de agua corriente ni luz eléctrica, pero a escasos metros, la casa rural ofrece el uso exclusivo de un baño, además de la cocina y el acceso a zonas comunes para los que elijan esta modalidad. Quienes han pasado noche aquí aseguran que es una experiencia única y que la temperatura del interior es caliente, ya que la calefacción funciona como en las autocaravanas. Un sueño que todos hemos tenido de niños y que ahora se puede experimentar en el Valle de Arce. Luismi y Alicia vinieron de Pamplona hace 15 años en busca de un pueblo en el que poder criar a sus hijos y tuvieron la oportunidad de alquilar una casa en Villanueva de Arce que ya funcionaba desde 1993 como casa rural. “El pueblo nos encontró y a mí el lugar me pareció el paraíso”, recuerda Luismi. Desde entonces, aunque muchos mayores del pueblo les tachaban de locos por querer vivir en un valle casi olvidado, el negocio ha ido en auge hasta convertirse en su medio de vida además de ser un alojamiento alternativo. Alicia dejó su trabajo en el comedor de la escuela de Garralda para dedicarse a la casa rural y cuando surgió la oportunidad de comprar la casa contigua, Luismi también abandonó el oficio de tramoyista en el teatro Gayarre y en Baluarte. Fueron años de una ocupación muy alta en las dos casas rurales pero que supuso mucho esfuerzo. Ellos mismos rehabilitaron la segunda vivienda y compraron una finca transformándola en una huerta ecológica y en una granja para criar gallinas, conejos, burras y cabras, sin perder el espíritu ecológico. De hecho, se certificaron en la red de alojamientos ecológicos CERES cuando casi se desconocía ese mundo. “Fue una casualidad dedicarnos al turismo rural y no podemos decir que hayamos encontrado la calma, pero al menos podemos estar más horas con los hijos”, afirma Alicia. Unos hijos, Ada (11 años) y Noé (10 años), a los que han involucrado en este proyecto de familia y de vida que fue más fácil en parte gracias a la aceptación de los vecinos del pueblo. “Hemos tenido mucha suerte con los vecinos. No entendían por qué veníamos aquí teniendo comodidades en Pamplona, pero nos abrieron las puertas”, reitera Luismi.

Una familia. Si de algo pueden presumir los clientes que eligen esta opción de ecoagroturismo es del trato que reciben, ya que la familia entera se implica en que los huéspedes se sientan como en casa y aprendan a sacar partido de la naturaleza. “Aunque trabajamos muy duro, somos unos afortunados. Nuestro trabajo es hacer felices a los que vienen; eso es una suerte”, comenta la pareja. Así, estos perfectos anfitriones les enseñan a sus clientes los productos de la huerta, los animales de la granja y cómo sacar provecho de todo ello, haciéndoles partícipes de lo que es la vida rural. “Vendemos una experiencia, no una cama. El cliente tiene que sentirte como un amigo, tiene que vivir y sentir, no sólo dormir”, afirma Luismi aludiendo a la esencia del turismo rural. De hecho, hacen que, en la medida en que quieran los huéspedes, participen en talleres para hacer caléndula, pomadas o pizzas, según la temporada. Además, también comparten con ellos desayunos y cenas, siempre con alimentos ecológicos. Todo ello para conseguir que pasen un fin de semana perfecto en familia.

Con el proyecto de la cabaña en el árbol, han dado otro paso más, han conseguido su sueño. Ahora sólo queda que los huéspedes disfruten la experiencia. “Te da mucha alegría que vuelvan, es lo mejor que te puede pasar”, expresa Alicia.

Komunikabidea: Diario de Noticias

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