El acto ha arrancado este sábado con la lectura de textos largos a medio camino entre la denuncia, el poema y el desahogo personal. Descripciones de los pueblos perdidos, de las viviendas y los cauces de los ríos que la construcción del pantano de Itoitz ahogó para siempre.

Ha destacado, en cada una de las tres lecturas, el espacio que le habían dedicado los autores a las cocinas de aquellas casas que fueron primero derribadas y después ahogadas. La cocina, a fin de cuentas, es el espacio donde se crean los recuerdos familiares que son hoy, después de 20 años, los que permanecen más vívidos.

Unas 300 personas escuchaban. No pocas han cerrado los ojos buscando, quizás, que alguna palabra les evocara un recuerdo propio, alguna imagen perdida. «Queremos traer a la memoria las eras, los muros de piedra, los frutales de las huertas, los palos bien atados y apilados para sostener los tomates y las vainas de la futura temporada, los lavaderos y las casas grandes, generosas, acogedoras, elegantes», ha enumerado Mabel Cañada.

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