La Plaza de los Mártires, hoy Plaza Baja Navarra, era el centro para muchos momentos de la vida de los agoizkos. Especialmente para los que vivíamos en esa parte de la “Calle Abajo”. Era de tierra, unos árboles bastante grandes, en el medio el Monumento (así se le llamaba), pegados a la tapia de Argamasilla unos bloques de piedra que hacían de bancos, la bomba de la gasolina en la orilla de la carretera y las vacas de casa Nagore. Antes de la hora, o después de la hora, de escuela, era un lugar especial para los juegos.

El chís y las chivas eran los juegos favoritos para esa plaza.

Las chivas a un guá o a cinco guás. Cuando se tenían muchas chivas se jugaba a poner varias de ellas en un triangulo. Y uno ganaba las que conseguía sacar de ese triangulo golpeándolas con la suya propia. Nosotros las llamábamos chivas; mas tarde me enteré que en otros lugares les llamaban canicas. Había de tres clases: unas de barro cocido que valían poco y nadie las quería. Otras, que decíamos, “de piedra”, eran buenas, finas y que tenían peso para golpear. Finalmente estaban las de vidrio con colorines por dentro. Estas se fueron imponiendo y eran las más comunes.

Otro juego de esta Plaza era el “Chís”, o tal vez el “txis”. Seguramente que en alguna parte estará explicado este juego. Yo voy a hablar de lo que tengo en la mente desde hace 65 años. Después de estas fechas no he jugado ni he visto jugar, en ninguna parte, a este entretenimiento.

Era una pequeña cancha de 4 ó 5 metros de largo, plana y limpia. Había dos modalidades. Una cosa era “bochar” y otra cosa era el “chís”. En un lugar de la pequeña cancha se ponía el premio o lo que se jugaba: cromos, emblemas, escudos, fotos de deportistas… A tres o cuatro metros se ponía una raya desde donde se tiraba. ¿Qué se tiraba? Casi todos teníamos lo que se llamaba una “ochena negra”, o si era más grueso, de más peso, se llamaba “macabo” y otros decían “macacabo”. Los más pequeños a veces no tenían la ochena y jugaban con una piedra elegida, planita y medio redondeada.

“Bochar” consistía en lanzar desde la raya la moneda o la piedra y si caía encima de los cromos se ganaba. Eso era bochar. Había que saber tirar la ochena para que cayera de canto y volviera un poco encima de los cromos. El macabo, que tenía más peso, a veces era mejor para cantearlo (que cayera con el canto de la parte de adelante y volviera para atrás). Las ochenas negras eran monedas en desuso que tendrían la fecha anterior a 1865 en que inicia la antigua peseta. También se utilizaban en alguna tienda con las básculas de dos platos para equilibrar el peso (me imagino que serían las onzas).

Pero el juego de más categoría era el chís. El premio, o lo apostado, se colocaba sobre un carrete de madera, ya vacío del hilo, que tenía una buena base. Y en la parte de arriba se colocaba lo apostado. Si no había carrete se utilizaba un corcho de botella. Desde aquí se tiraba hacia la raya y el que más aproximaba a esa raya era el primero que comenzaba a jugar, a tirar la ochena.

Había que derribar los cromos del carrete para poder ganarlos. La jugada más hermosa era pegarle al carrete, que salía hacia adelante y dejaba el premio ahí mismo, donde también se había quedado la ochena. O sea, más cerca de la ochena que del carrete. La jugada redonda y completa creo que se le llamaba “manga”, “hacer manga”. El primero que tiraba tenía una gran oportunidad ya que no había en la cancha ninguna otra moneda que pudiera competir en la cercanía de los cromos. Se jugaba uno contra uno o también en pareja: dos contra dos. Las ochenas se dejaban en el lugar en donde caían, con la esperanza de que con un golpe del compañero o del contrario cayera el premio encima o cercana de mi ochena.

Si un despistado levantaba la moneda antes de que le tocara el turno, el contrario le decía “perdinche” o “perdintxe” y ya no podía colocarla en el sitio en donde estaba. Cuando caía el premio al suelo, pero no era todavía de nadie sino del carrete que estaba mas cercano a los cromos, se utilizaba lo de “bochar”.

Había otra palabra que se usaba en este juego: “Tanga”. Cuando una ochena negra quedaba pegada del carrete o de otra ochena o de los cromos y estos también unidos al carrete, se decía que había “tanga”. Mientras hubiera tanga esa ochena no podía jugar. Había que deshacer la tanga.

En algún momento había que aclarar qué ochena estaba más cerca de los cromos que el propio carrete. Con un palito, casi como un ritual respetuoso, se medían las distancias. Si había espectadores, siempre salía alguno como juez independiente que hacia esta operación.

Pero era un juego tranquilo, para el buen tiempo, en la sombra. Había un lugar especial y utilizado siempre: detrás del Monumento y protegidos por él y los árboles de alrededor. También había una o dos canchas para el chís junto a la tapia del gallinero de Casa Espil (ahora la zona del Arkupe) y delante de la tapia de Casa Mandasai.

Había muchachos muy habilidosos en las chivas y en el chís. Se les llamaba “melamela” y se procuraba no jugar con ellos. “Tú eres un melamela” era la acusación.

Los mayores tal vez ponían monedas encima del carrete en vez de cromos o escudos.

También estaba la carrera de chapas. Tapones de botellas rellenados con cera para que tuvieran peso. Era sobre cemento o asfalto. Normalmente se jugaba en la Casa de la Villa, en el cordón que circundaba el frente del Ayuntamiento.

El “Juego del Hinque” se jugaba en espacios más abiertos: las Eras y en el Frontón.

Bernardo Eguaras