Hay personajes singulares que forman parte del paisaje humano de un pueblo. Julián Aristu era uno de ellos. Julián “el de Aós”. Pero como todos los paisajes, más por el cambio generacional que por el climático en este caso, van desapareciendo. No tenía apodo como otros personajes del lugar (“Mecana”, “Coroco”, “Zirote”, “Zubiate”….) pero su nombre llegó mucho más allá de las fronteras de su pueblo natal. De hecho no habrá persona mayor de 30 años que en el valle de Lónguida, Aoiz, Urroz, Lumbier (en cuya residencia falleció hace unos días) o la Montaña a quien no les suene el nombre de Julián, Julianico “el de Aós” o hayan escuchado alguna de sus andanzas. Julián era un xélebre, una de esas personas a las que les falta (y les sobra) algo. Y lo que le sobraban eran sobre todo amigos. O al menos “conocidos”. Así su relación casual con destacadas personalidades de varios ámbitos del mismo Pamplona como jueces, profesores, periodistas, médicos… le valió para salir de más de una estacada. Y no le conocían por su currículum vitae ni por su presencia en internet. Julián fue un personaje de la intrahistoria del siglo XX digno de un libro de batiburrillo humano y sociológico. Su historia incluso ha pasado a las bibliotecas de la UPNA como un caso paradigmático del Trabajo Social de la mano del equipo de Mario Gaviria y Contxita Corera. Julián Aristu -que era a la música lo que homónimo Gorospe al ciclismo (“la eterna promesa”)- fue una persona con extensas redes sociales. Julián no tenía amigos ni likes en Facebook pero, ofreciendo un “ducados” y compartiendo el poco dinero que tenía,  llegaba al fin del mundo. De su mundo. Una pareja de su pueblo se iba de viaje a Nueva York y Julián, todo intrigado, les preguntó desde su lógica: ¿Para qué vais a Nueva York? ¿Son fiestas o qué? Nunca supo lo que es el “blablácar” pero se movía a 50 kilómetros a la redonda de su casa sin problemas y sin gastar un duro. Siempre haciendo dedo y yendo de fiestas en fiestas con su querida “caja” para sumarse a todas las orquestas y txarangas que podía y le dejaban. Y casi siempre le acababan dejando.  También tuvo una trompeta sin boquilla y sabía tocar las maracas, pero lo suyo era la percusión. De hecho falleció un 20 de enero, el día de la tamborrada. Casi no hay fotos de él y mucho menos videos, pero algunas las escenas de su vida hubieran tenido miles de visitas en Youtube. Pocos pueden preciarse de haber dado una patada (literal) en el culo del poder judicial a altas horas de la madrugada en un céntrico bar de Aoiz en un incidente con un famoso juez. O haber conducido, con unas dotes innatas para arrancarlos, todo tipo de vehículos ajenos, entre ellos un camión que estampó en mitad de la villa de Aoiz, sin haber tenido nunca carné de conducir. O entrar a la Plaza de Toros de Pamplona envuelto en la pancarta de la Anaita en unos Sanfermines en los que fue confundido con un cónsul coreano. O escaparse de la sala de espera del quirófano dando el cambiazo de manera que casi operan a su hermano al ser llamado por el apellido. Las anécdotas son infinitas. Muchas risibles y otras crueles ya que hay gente que siempre se ceba con este tipo de personas especiales, aunque lo del Bullying ni se hubiera inventado. Es igual. El caso es que ya no está. Ha desaparecido de este mapamundi humano y con ello Aós ha perdido una pieza más de su idiosincrasia. Supongo que ya estará preguntado por ahí arriba en qué estrella son fiestas para ir a tocar. Y si hay algún hueco en el remolque o el escenario de Gamínedes o de Orión estará en su rincón, tocando su preciada caja sin hacer mal a nadie. Como siempre.  Agur Julián.

Kotxé